Friday, May 25, 2012

El placer más allá de la sexualidad

Todos los días, antes de salir hacia su trabajo y mientras desayunaba, Eliana revisaba su correo y se conectaba a Facebook para saludar a sus amigos.



Una mañana se abre la ventana del chat y aparece un “Hola”. Mira el nombre, Mario Giménez, no lo recuerda pero por cortesía responde:- Hola, ¿cómo estás?


Él le pregunta sobre su trabajo dando evidencias de que la conocía, ella responde, y entablan un pequeño diálogo virtual que Eliana concluye diciendo que era hora de ir a la empresa.

A partir de ese momento, cada día, sin mediar un acuerdo previo, se encuentran  a través de ese medio. Comienzan a hablar de sus gustos, él la invita a cenar, ella no acepta; siguen conversando.

Ella empieza a esperar esos momentos; siente que una nueva  energía  se mueve por su cuerpo y  se activa en cada conversación. Nota, además, que esa sensación que se prolonga a lo largo del día,  la mantiene de buen humor, haciendo que observe la vida desde un lugar más positivo.

Una tarde, Eliana llama a una amiga y le dice:- Me enamoré. Su amiga le contesta:- No puedes enamorarte de alguien que no conoces.

De qué se enamora, una mujer, cuando como en estos casos, no conoce al sujeto de ese amor (o, muchas veces, cuando apenas lo conoce)?

Ella siente un enorme placer a través de todo lo que el otro, que le dice lo que ella quiere y necesita  escuchar, le genera. No se enamora del otro (por eso dice me enamoré); se fascina con lo que siente: una enorme cantidad de oxitocina, hormona del placer, que recorre todo su cuerpo y le producen un estado de euforia… y adicción.
El error de la mujer es creer que eso lo provoca únicamente el hombre, por lo que, si él desaparece, su nivel de oxitocina caerá en picada produciéndole una sensación de vacío terrible.

Para entender nuestra sexualidad, necesitamos remontarnos a la época de una sociedad matrilineal  donde existía un concepto diferente  al que hoy conocemos. Un concepto más amplio y más real.

Antes de la llegada del patriarcado los juegos y bailes entre mujeres,  danzas del vientre en la infancia, en la adolescencia y en la adultez, autoerotismo, intimidad y complicidad femenina, sexualidad coital y parto orgásmico formaban parte de la sexualidad femenina, que no tenía como única orientación el falo. Y por más que 4000 años de patriarcado hayan hecho todo lo posible para que esas sensaciones desaparezcan en el cuerpo de una mujer, no lo lograron. Simplemente porque es nuestra naturaleza, una sexualidad diversa.

Cuando hablamos de sexualidad, como dice Casilda Rodrigañez,  no solo nos referimos a las relaciones coitales, éstas son solo un aspecto más de la sexualidad femenina. Sabemos que los niveles de oxitocina suben en una reunión de amigas, o en una comida de esas donde nos sentimos a gusto. Y que las descargas más altas de estas hormonas, en la vida de una mujer, se producen inmediatamente después del parto.

Pero eso muchas mujeres no lo saben y se han comprado la historia que sólo pueden sentir en relación a un hombre, un hombre que las complete, que provoque  sensaciones placenteras en su cuerpo; en lugar de conectarse con su sexualidad,  con su útero, un útero que envuelve, que  no necesita ser penetrado para sentir placer. Y esto no significa descalificar la relación de pareja sino entender que nuestra sexualidad no se complementa únicamente con la sexualidad masculina.

Aquellas mujeres que viven plenamente su sexualidad, no sufrirán cuando concluya una relación amorosa porque, al no ser éste la única vía de placer en sus vidas, seguirán generando niveles de oxitocina  y disfrutaran de sentirse mujeres completas, todos lo días.


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